Poesía automática

Tierno amor que al despertar se asoma
No traiciones el tan tierno aroma
Que al verde sacude firme de la mar.

Dulce, terco y testarudo acero,
acaso no guardas con esmero
las ciento hojas del redomado ardor?

Ah, cuantos pisos movedizos,
Rojos cascos, monalisos
tanto tiempo y sin saberlo
No al viento, no al tormento!

Si tu fueras, triste y pia
casual como un alma troglodita
tal vez, sabiendolo aquel día
dirías “juro!” por la patria mía!

Poema

De pronto recordé este maravilloso poema de J.L.Borges, cuyos últimos versos me sacuden cada vez que los leo.

Cristo en la cruz

Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro con los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?

(J.L.Borges, Los Conjurados, 1985)

Busca Involuntaria

No te busqué, ni te volvería a buscar.
Estabas allí.
Debías estar.
Nunca fuiste mía.
Nunca lo serás.
Y sin embargo me perteneces,
como me pertenecen cada uno de mis recuerdos,
cada una de mis culpas,
cada uno de mis dolores,
cada uno de mis cada unos,
pesándome como cadenas
que me hacen caer y arrastrarme,
y enterrarme,
y mirar, bajo tierra, tu rostro,
día y noche,
noche y día,
noche a noche.
Tu rostro,
la noche,
cadenas,
tierra,
y yo, en el centro de todo,
sin entender nada,
sólo sintiendo el dolor de tu luz que me ciega,
de tu voz que me ensordece,
de tu mirada que me aniquila,
de tu presencia que me mata,
de tu ausencia,
bajo tierra,
encadenado.

22 de Mayo de 2000

Poema

Cuando me hice amigo
de los pájaros
volé tan alto
que perdí la tierra de vista.
Subí y me elevé
hasta estar sólo rodeado
de aire.
Fui feliz un instante
hasta darme cuenta
que era traición la de los pájaros.
Ellos ya hacía mucho
me habían abandonado.
Acabada la ilusión y el delirio,
sigo cayendo.

Ernesto Inchauspe
(el Patriota)
Enero de 1997 en Amsterdam