Desmitificando

Siempre recuerdo con dolorosa nostalgia las reuniones familiares de mi niñez, las fiestas de fin de año, los cumpleaños y los sábados en lo de mis abuelos.
Son una época gloriosa de mi vida y me imagino que de la vida de mucha gente.
Todo tiempo pasado fue mejor, aparentemente, y más de una vez me he sorprendido llorando por haber perdido esos momentos para siempre.
Sin embargo a veces hablo con Fabi, mi hermano querido, y nos decimos: “dejemos de mitificar nuestro pasado”, así o con otras palabras.
A veces hablo con amigos acá en Holanda y sigo sorprendiéndome al escuchar que me dicen “mi hermano, el retardado (the retarded)” o “mi padre es un mal tipo”.
No puedo evitar la sorpresa, pero poniéndonos (poniéndome) a pensar me digo que es mejor, más honesto y más sano afrontar la realidad.
Yo recuerdo mi pasado y mi familia con todo el amor del que se es capaz. Mi familia gringa me educó en la certeza que mi familia era la mejor, la más buena, honesta, generosa, intachable, y virtuosa.
La verdad es que sin duda más de uno en ella han sido flor de hijos de puta (y de la suya, señor o señora, también) y seguramente no todos los hijos de puta de mi familia hayan desaparecido ni dejen de aparecer. O retardados. O anoréxicos. O lo que sea.
Lo cierto es que a mis 37 años me cansé de cuidar castillitos de naipes de cualquier brisa.
Los castillos son castillos y se bancan hasta donde se bancan los embates de vientos y ejércitos.
Si no se lo bancan es porque no merecían llamarse castillos.
Serían una simple ilusión construída endeblemente y que dependían en su totalidad de nuestra habilidad para no permitirles afrontar la intemperie de la realidad.
Si tengo que reconocer que alguno de mis nonos (así se dijo siempre en mi casa, con una sola ‘n’) fue un malparido, o uno de mis hermanos es un terrible sorete a quién jamás le dirigiría la palabra si no se hubiera dado la casualidad que nació del vientre de mi misma madre (por dar dos posibles ejemplos…) no veo por qué no hacerlo.
En última instancia a quién quiero engañar con esa falsa imágen de felicidad de cristal de Murano? A mi misma familia? A mis amigos, que me quieren como soy? A mis colegas, que aprecian (y toleran) mis méritos? A gente que casi no me conoce y mucho menos conoce a quienes pretendo pintar con acuarelas?
Ah, no, qué idiota soy…

A mí mismo.