Rembrandt y yo

Rembrandt

El otro día fuí a despedir a Ruti (por un par de días solamente!) al aeropuerto de Amsterdam y ví un decorado donde había una maniquí disfrazado de Rembrandt pintando en su atelier.
Sobre él, un cartel con letras enormes decía:

“¿Lo recordarán a Usted en 400 años?”

Eso me hizo recordar al genial Borges, que dijo (lo recuerdo desde la memoria, con sus imperfecciones, pero la idea está intacta)

“Homero no murió en el momento de su muerte. Homero morirá cuando muera la última persona que lo recuerda.”

Y también una página donde hacia el final dice

“Hechos que pueblan el espacio y que tocan a su fin cuando alguien se muere pueden maravillarnos, pero una cosa, o un número infinito de cosas, muere en cada agonía, salvo que exista una memoria del universo, como han conjeturado los teósofos.
En el tiempo hubo un día que apagó los últimos ojos que vieron a Cristo; la batalla de Junín y el amor de Helena murieron con la muerte de un hombre. ¿Qué morirá conmigo cuando yo muera, qué forma patética o deleznable perderá el mundo? ¿La voz de Macedonio Fernández, la imágen de un caballo colorado en el baldío de Serrano y de Charcas, una barra de azufre en el cajón de un escritorio de caoba?”

Una breve reflexión

Leí y escuché mucho en los últimos días comentarios del tipo “Pinochet murió y escapó a la justicia, no hay nada de qué alegrarse”.
Es verdad por un lado, pero así a las apuradas quería decir que Sí vale la pena alegrarse de su desaparición física. Que con su muerte se lo comienza a asimilar como muerto y, como tal, inocuo. Que al no estar presente se lo puede desmitificar (aún) más.
Está bien que nos alegremos de su muerte. No me alegro por él, que ya no existe y no siente, sino por todo su entorno y partidarios, que perdieron su referente y motivo.
Se murió Pinochet y, como cuando muere cualquier persona, ya pasa a formar parte de solamente la historia.
Será icono de algunos trasnochados por un tiempo, como todavía dicen haber partidarios de Rosas, pero no mucho más. Ya es inofensivo, porque mostró a propios y ajenos que era mortal y, como tal, vulnerable.

Es un motivo de alegría.

Europa y Yo (I)

Cuando estaba en la escuela primaria solía decirle a mis compañeros que yo había nacido en un avión entre Europa y Argentina.

De hecho creo que yo mismo estuve mucho tiempo convencido que había sido así, pero incluso después que mi vieja me dijera algo así como “¡pero no digas pavadas!” seguí alimentando el mito.

Lo cierto es que cuando tenía cosa de 6 meses mis viejos se mudaron a Italia por cerca de un año por cuestiones laborales, y algunas historias que pueden parecer míticas no lo son: dí mis primeros pasos en Londres y tuve mi primera navidad en Treia, abrigado hasta con gorro de lana y poncho.

Al año y medio de vida volví a Rosario (a la fuerza, que yo mucho poder de decisión no tenía entonces) pero no sé qué habrá quedado en mí de aquella experiencia que siempre tuve la certeza que viviría en este lado del charco en el que ahora me encuentro.

En 1984 (¡qué buen año para venir a Eurasia!) mis viejos decidieron hacer un maratónico periplo por estas tierras.

Recuerdo que Fabi, que era un desastre en el colegio, creyó hasta el momento del viaje que él no sería de la partida por sus malas notas… crueldades de mis viejos, o quizá oscuros métodos.

Yo cuando me enteré que viajaría a Europa, lloré. Lloré de emoción y alegría.

No podía creer que visitaría el continente de mis sueños.

Mi viejo dejó gran parte de la organización del itinerario a mí, pendejo imberbe de 15, casi 16.

Yo me recuerdo a la perfección, en la casa de calle Ocampo en Rosario, con una máquina de escribir, un mapa y una guía Michelin tratando de distribuir de la mejor manera posible 45 días de viaje, repartidos entre ciudades inevitables y pueblos perdidos de dios que Pepe Michelín juraba no debían ser dejados de lado.

Cada tarde cuando papá volvía del trabajo yo le mostraba mis avances que, debo hacerlo saber no sé si por agradecimiento o por asombro, eran respetados casi religiosamente.

Salimos un día creo que de Junio de 1984 toda la Brachetada: los viejos y los 4 críos, 2 de ellos en edad demasiado precoz para tal empresa. Mi hermana tenía 5 y mi hermano Sebastián apenas 3.
Los detalles de tan increíble y venturoso viaje quedarán para otra crónica, pero básteme decir que al final de él estábamos todos hartos del viejo continente.
Yo había detestado Paris y Roma (siento reconocerlo) y ya había peleado tantas veces con Fabi que hacia el final del viaje me limpiaba el culo con su toalla sólo para joderlo.

Nunca olvidaré cuando perdimos un vuelo hacia el final, los 6 corriendo en el aeropuerto cintas transportadoras a contramano, cargados de infinitas valijas producto de las interminables horas de compras de m vieja, con 2 críos que sólo gritaban por ser arrastrados sin piedad en medio del calor del verano, entre miles de personas que nos miraban azoradas, seguramente pensando que éramos una triste familia de refugiados políticos escapándose de la KGB.

No sé si los vuelos en esa época eran más permisivos o si mi papá adornaba generosamente a los vistas de aduana, pero lo cierto es que yo creo que llevábamos un promedio de 3 valijas (grandes) por persona. Unos cien mil kilos de equipaje.

Recuerdo que, entre otras cosas, compramos:

  • un juego de cristal de Murano de copas de vino, con su botella correspondiente.
  • un juego de té de porcelana de Capodimonte.
  • las telas para las cortinas de toda la casa de mis viejos (una casa grande, con muchas ventanas)
  • una computadora Atari con algunos cartuchos de juego.
  • un juego de ajedrez de bronce con tablero de cuero, de Venecia.
  • dos walkman (de los primeros!) marca Grundig, que compramos en Colonia en los primeros días de viaje. Esto me imagino que los viejos lo compraron para dejarnos contentos y con la esperanza de que jodiéramos lo menos posible durante la maratón. Recuerdo que compramos 2 cassettes: Fabi compró uno de Electric Light Orchestra y yo las 4 estaciones de Vivaldi. Ahora nunca jamás podré escuchar el Andante del Invierno sin recordar Aachen…
  • millones de estatuitas, platos, adornos varios, souvenirs…

Yo no comprendo cómo es que nos dejaron subir con todo eso.

Imagino que eran épocas de plata dulce y que todos estaban más o menos acostumbrados al procedimiento argentino, como en su momento estuvieron acostumbrados en Paris a que los argentinos eran los más elegantes, gastadores y refinados de toda Europa, allá por 1910 y 1920.

No quiero ni pensar en cuánta plata se gastaron mis viejos en esa aventura.

Como muestra, déjenme contar que cada noche, cuando se acercaba la hora de cenar, mis viejos nos mandaban a Fabi y a mí a ver si el restaurante elegido a simple vista satisfacía nuestras exigentes expectativas.

De más está decir que muchas veces volvíamos al auto con una negativa decidida impresa en nuestros rostros al tiempo que decíamos “no, es muy oscuro”. O lo que fuera que no nos gustara. Qué malcriados que seríamos, que no aceptábamos meternos en cualquier hotel.

Cuando llegamos a Roma terminamos en la Pensione Nardizzi. Hay que reconocer que no era el mejor lugar de Roma para estar, pero… ¡carajo! era julio, plena temporada, llegando de prepo quizá a las 6 de la tarde… ¿qué esperás conseguir yendo tan poco preparado?

Con Fabi mostramos toda nuestra indignación por quedarnos ahí a pasar una noche, con el resultado de que al día siguiente nos mudamos al Diana, uno de los hoteles más caros de la ciudad.

Juro que pienso en esas cosas y me odio por haber vivido en una nube de pedos. Hay que reconocer que esa nube de pedos estaba alimentada desde la autoridad, pero eso no quita que yo haya sido un total inconciente.

Mis viejos se asustaron años después por mis displicentes actitudes frente al dinero, pero en estas cosas veo una causa posible, lo que no me excusa, es claro.

Terminamos el viaje exhaustos, quizá odiándonos todos, mucho más pobres, resentidos, sucios y más Brachetta que nunca, pero debo reconocer lo mucho que marcó mi adolescencia ese viaje.

La cantidad inmensa de recuerdos que dejó, que ya irán de a poco saliendo, si es que merecen ver la luz, la cantidad de vivencias…

El darme cuenta que mis viejos prefirieron gastar una fortuna y pasarla para la mierda, pero compartir un viaje inolvidable con sus 4 hijos antes que pasar la mejor luna de miel que el dinero pudiera comprar ellos sólos.

…y el haber sólo confirmado mi presentimiento de la escuela primaria, cuando yo todo henchido de orgullo les decía a mis incrédulos compañeros de grado: “yo soy medio europeo porque nací en el avión”.

El presentimiento de que yo ya pertenecía de algún modo a este lado del charco en el que ahora estoy.

Vegetarianos

Acá en Holanda, donde el culto a la carne no tiene la importancia que tiene en Argentina, conocí a bastantes vegetarianos.
Dudé un momento qué palabra usar en la frase anterior: pensé en “muchos”, en “algunos”, en “varios”… elegí “bastantes” porque con los que conozco basta.
¡Basta de vegetarianos!
Conozco algunos que incluso JAMÁS probaron bocado de carne de ningún tipo.
¿Cómo es posible?
Llego a la conclusión que ser vegetariano es un acto de fe, como ser cristiano, musulmán u honesto (ser honesto es también un acto de fe, porque el ser humano no es por naturaleza honesto).
Me dan bastante bronquita esos vegetarianos que no comen carne por algún extraño principio, pero se empeñan en reemplazarla con productos que imitan la carne.
Simplemente no lo entiendo.
Incluso huelen un asado y dicen “mmm… qué bien que huele eso…”
Ayer tuve a una vegetariana a comer en casa. Está muy blanca, muy. Temo por su vida.
Ni siquiera quiso probar una ensaladita de arroz porque tenía unos minúsculos pedacitos de atún.
Cuando le pregunto el por qué de su neo-religión me dijo cosas absurdas por ejemplo sobre las vacas encerradas a las que alimentan sin dejar caminar para luego asesinar salvajemente.
Yo por un lado me alegro: menos demanda de carne significa más y más barato para nosotros, los carnívoros compulsivos, pero no puedo evitar de algún modo la misma sensación que me producen los que se empeñan en anunciar la divinidad de la virgen, o similar.
Son unos fanáticos, y como buenos fanáticos se cierran a lo maravilloso de la variedad.
Hoy, para celebrar mi carnivorismo a ultranza, voy a hacer un asadito en el jardín con maravillosa carne argentina.
Me voy a comer mi entrecot y otro más como símbolo de lo que dejan los vegetarianos.
Voy a poner en la parrilla también unas hamburguesas de arroz prensado con gusto artificial a carne.
Cada uno elegirá.

¡Este tipo me lee la mente!

Muy interesante y bien escrito artículo de Fernando Savater.
¡Lean!

Cada cuatro años llega mi calvario: el Mundial de fútbol

Estos días suelo acordarme de un viejo chiste. El paciente le dice al médico: “Doctor, he odiado a mi padre y a mi madre. Ahora odio a mi mujer, a mi suegra, a mis hijos, a mi jefe. Odio al gobierno. ¡Odio a todo el mundo!” El médico responde, confundido: “¿Y por qué me cuenta usted a mí eso?” “Pero…¿no es usted el médico del odio?” “¡No, hombre, no! Soy médico del oído…”

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Gimnasia

Qué curioso observar que la mayoría de la gente se preocupa por la gimnasia física, el ejercicio de los músculos, como un punto fundamental para la salud y el bienestar.

Muchas veces esa misma gente no habla de otros tipos de gimnasia, quizá (o seguramente) más importantes: la gimnasia mental, la gimnasia moral y ética, la gimnasia ortográfica, la gimnasia artística o la gimnasia de la abstracción.

Si bien es cierto que ejercitar los músculos los tonifican y mantienen alertas, también es verdad que pensar ayuda a pensar mejor, que leer desarrolla la imaginación, el poder de abstracción, la manera de escribir, la manera de comprender, que tener un diálgo inteligente nos ayuda a razonar, a reaccionar con agudeza e ingenio o conducirse en público, que apreciar el buen arte educa nuestro gusto, nuestras emociones o nuestra capacidad de honesto asombro.

Nivelar para arriba, lo llamaría. Tratar de apuntar un grado más alto.

A veces también está bueno descansar (no podemos estar haciendo gimnasia todo el tiempo sin parar) pero ejercitarse es una cuestión de disciplina y conciencia.

Después se convierte en placer.

Digo esto porque la inactividad produce el efecto contrario: hablar boludeces todo el tiempo nos emboludece, leer idioteces nos idiotiza y no corregir la ortografía nos hace quedar para el orto.

Es claro que ir para abajo es más descansado, pero también es cierto que a pesar que subir cansa, desde arriba se ve más lejos. (Esta metáfora es un poco banal, Guille).

Esta es parte de mi catarsis diaria y pertenece al ciclo “Protestemos”.

Un post serio

Me he dado cuenta, luego de sesudos análisis, que los blogs serios y respetables en el mundo de esta nueva tecnología (internet) son aquellos que contienen, incluso en su forma, palabras abundantes, rimbombantes y, por qué no, retumbantes.
Esto me ha hecho pensar, si cabe aún la posibilidad de que yo en mis ratos libres de pensar pueda pensar, que quizá habría que darle un giro, una vuelta de tuerca, una nueva visión a este espacio semipúblico.
Antes de continuar, quisiera aprovechar la oportunidad que me brinda la semántica para aclarar el por qué de esta expresión: semipúblico.
Pues bien, como un miembro del despotismo ilustrado del siglo 18, me puedo considerar hábil para publicar en él reflexiones de índole varia y admitir que algunas personas, perfectos desconocidos eventualmente, expresen sus opiniones libremente.
Esto en la superficie.
La verdad que esta máscara oculta es que los comentarios que eventualmente ven la luz (o el píxel) son aquellos que en verdad yo, cual árbitro soberano y absoluto, permito que nazcan.
A no escatimar sesera a esta reflexión! Esto es un símbolo de los tiempos que corren y que siguen corriendo (con excepciones denostables) desde el fatídico año de 1789.
No os engañéis! Lo que aquel infausto día sólo logró fue la ilusión de la libertad, no la libertad!
De todos modos, como dijera Villiers de L’Isle, os hemos dado la idea de la libertad para que ésta los mantenga aptos para seguir trabajando en la esclavitud y soñando con su imposible posibilidad.
Ya disperso en abundancia y redundancia, sirva esta disgresión para clarificar principios que se dan por sobreentendidos, aunque sólo para aquellos de vosotros que sabéis leer entre líneas. Sé que son minoría.
Estas palabras redundantes, rimbombantes y, por qué no, retumbantes, sólo son la superficie de lo que nos es permitido percibir. Pero qué otra cosa que la superficie nos está permitida?
Si imagináramos lo que oculta la piel cuando acariciamos a nuestra amada, sin duda nuestras caricias se retractarían espantadas frente a la visión de la VERDAD.
Sólo la superficie conocemos, sólo la superficie amamos.
Dejadme a mí, pues, con mis expresiones de superficialidad que, a no engañarse, ocultan su antítesis.
Seréis vosotros quienes retrocedan espantados frente a la contemplación de la esencia.
No oseis conocer. No pretendais penetrar. No estais preparados!
Y aunque es cierto que nadie de algún modo lo está, creedme que sólo aquellos dispuestos a ser enceguecidos a cambio de una visión de la belleza son los que podrán decir “Lo he perdido todo, pero SE”.
Vivid, pues, inmersos en esta danza de sombras grotescas y deformes.
O salid al abierto a contemplar el Sol de frente.
Pero al hacerlo, si aún trémulos de terror os atreveis, no permitais que lo que vuestra carne sienta domine los pasos de quien verdaderamente sois.